sábado, 22 de octubre de 2011

Paren el mundo que yo me bajo.

Está con los pies apoyados sobre la mesa de cristal, sin zapatos. Sus calcetines blancos con puntitos naranjas apenas se mueven. Ninguna expresividad en sus delicadas facciones. De vez en cuando, le entran ganas de llorar. A duras pena consigue reprimirlas. Aprieta los puños y los dientes. Busca algo que le invite a sonreír, una mínima ilusión que la anime, quizá un recuerdo feliz. Pero es inevitable no pensar en él. Su boca libera suspiros de desesperación. Otra vez esa angustia, esa estúpida agonía. De nuevo se le humedecen los ojos, el pecho se le comprime y siente que se quiere morir. 

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